...encontré un cuaderno que empecé en la ESO. Se trata de un cuaderno en el que apuntaba tooodas las dedicatorias típicas que se escriben en las agendas, frases que me gustaban, poesías, etc...
Y entre estas cosas, encontré una historia que aprovechando que pronto vendrán las Navidades...os la cuento, además de gustarme mucho. Lo único que no se de quien es...pero me encanta ^^
"Le habían hablado del silencio de la cima y de cómo la vista del valle ayudaba a poder en orden los pensamientos..."
Se acercaban las fiestas de fin de año. Épocas de balance e introspección. Tiempos donde mirar atrás es lo cotidiano y no lo ocasional.
Martín lo sabía, lo respiraba, lo sentía. Durante los últimos veinte años, antes de Navidad se preguntaba si había valido la pena. Él había vivido gran parte de su vida con intensidad y gozo, su intuición lo había guiado cuando su inteligencia fallaba en mostrarle el mejor camino.
Casi todo el tiempo se había sentido en paz y feliz y, sin embargo, cada fin de año ensombrecía su ánimo aquella sensación de haber dedicado demasiadas horas al día a sí mismo. Cierto es que debió aprender, con mucho esfuerzo, a hacerse cargo de sí y que se amaba suficientemente como para intentar procurarse lo mejor.
No obstante, Martín hacía todo lo posible por no dañar a los demás, especialmente a aquellos que estaban más cerca, a quienes ubicaba en el mundo de sus afectos. Quizá por eso le dolían tanto las recriminaciones injustas, la envidia de los otros o las acusaciones de egoísta que recogía con demasiada frecuencia de boca de extraños y conocidos:
¿La búsqueda de su propio placer era suficiente para dar significado a su vida?
¿Se definía él mismo como un hedonista centrando su existencia en su satisfacción individual?
¿Cómo armonizar los sentimientos de goce personal con sus principios éticos, con sus creencias religiosas, todo lo que había aprendido de sus mayores?
¿Qué sentido tenia una vida que empezaba y acababa en él mismo?
Aquel año, más que otros, estos pensamientos le abrumaron. Veía a la gente hablando sobre las fiestas, a sus amigos y familia consultándose donde las pasarían, a quién invitarían, con quién tendrían deseos de encontrarse. Y, por alguna razón, él no se sentía incluido, no se juzgaba merecedor, no era como ellos. Todos parecían tan preocupados por los demás...
Tenía que tomarse un tiempo para reflexionar sobre su presente y sobre su futuro así que puso pocas en su mochila y partió en dirección al monte.
Le había hablado del silencia de la cima y de como la vista del valle fértil ayudaba a poner en orden los pensamientos de quien llegaba hasta allí. En el punto más alto del monte giró para mirar su ciudad, quizá por primera vez.
Atardecía y el poblado se veía hermoso desde allí. Quizá debía irse; dejar en manos de los demás lo que tenía. Repartir la cosecha de su vida y, a pesar de su ausencia, dejarla como legado, como un buen recuerdo para los demás.
En otro país, en otro pueblo, en otro lugar, con otra gente podría empezar de nuevo. Una vida diferente, una vida de servicio a los demás, una vida solidaria. Estaba decidido: arreglaría las cosas y antes de Noche buena partiría para siempre.
- Por una moneda te alquilo mi catalejo.
Era la voz de un viejo que apareció desde la nada con un pequeño telescopio plegable entre sus manos y que ahora lo ofrecía con una mano, mientras con la otra, tendida hacia arriba, reclamaba la moneda.
Martín encontró en su bolsillo la moneda buscada y se la alcanzó al viejo, que desplegó el catalejo y se lo dio. Después de mirar durante un rato consiguió ubicar su barrio, la plaza y hasta la escuela frente a ella.
Algo le llamó la atención. Un punto dorado brillaba intensamente en el patio del antiguo edificio. Martín separó sus ojos de la lente, parpadeó varias veces y volvió a mirar. El punto dorado seguía.
-¡Qué raro! - exclamó Martín sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.
-¿Qué es lo raro?- preguntó el viejo.
-El punto brillante...-contestó-.Ahí, en el patio de la escuela. Es demasiado temprano para armar el árbol de Navidad...Y además, en la escuela no cuelgan luces...
Martín tendió el telescopio al viejo para que viera lo que él veía.
-Son huellas- dijo el anciano.
-¿Huellas?-preguntó Martín.
-Tuyas- dijo el anciano- ¿Te acuerdas de aquel día...? Debías de tener siente años. Tu amigo de la infancia, Antonio, lloraba desconsolado en el patio de la escuela. Su madre le había dado unas monedas para comprar un lápiz para el primer día de clase. ¿Recuerdas? Él había perdido el dinero y lloraba a mares.
Martín buscó infructuosamente en su memoria. El viejo, después de una pausa, siguió.
-¿Te acuerdas de lo que hiciste? Tú tenías un lápiz que ibas a estrenar aquel día. Pero te acercaste al portón de entrada y, cerrando la puerta sobre el trozo de madera, cortaste el lápiz en dos partes iguales. Luego le sacaste punta a la mitad cortada y le diste el medio lápiz nuevo a Antonio.
-No me acordaba- dijo Martín-. Pero eso, ¿qué tiene que ver con el punto brillante?
-Antonio nunca olvidó aquel gesto, y ese recuerdo se volció importante en su vida.
-¿Y?
-Hay acciones en la vida de uno que dejan huellas en la vida de otros- explicó el viejo-. Las acciones que contribuyen a la felicidad de los demás quedan marcadas como huellas doradas...
Martín volvió a mirar por el telescopio y vio otro punto brillante en la cera, a la salida del colegio.
-Ése fue el día que saliste a defender a Pancho, volviste a casa con un ojo morado y un bolsillo arrancado.
Martín miraba la ciudad...
-Ése que está ahí, en el centro -siguió el viejo-, es el trabajo que le conseguiste a don Pedro, cuando lo despidieron de la fábrica...Y el otro, el de la derecha, es la huella de aquella vez que reuniste el dinero que hacía falta para la operación del hijo de Ramírez... Las huellas que salen a la izquierda son de cuando interrumpiste tu viaje porque la madre de tu amiga Juan había muerto y querías estar con él.
Martín apartó la vista del telescopio y, sin necesidad de él, empezó a ver como aparecían miles de puntos dorados desparramados por todo el pueblo.
al terminar de ocultarse el sol, el pueblo parecía iluminado por huellas doradas, que parecía muchas más porque las lágrimas que caían de sus ojos multiplicaban hasta el infinito las luces del pueblo.
Martín dio las gracias al viejo y volvió al pueblo. Este año, la fiesta iba a ser en su casa. Había muchos amigos a quienes quería volver a ver. Sobre todo a aquellos que habían dejado huellas en su vida.
Y esto es todo amigos...espero que os haya gustado =)
martes, 17 de noviembre de 2009
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